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Mushaga Bakenga: "Ser futbolista te da la increíble oportunidad de retribuir"

Historias de futbolistas

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Mushaga Bakenga, internacional noruego en una ocasión, juega para el Stabæk. De 31 años, ha pasado la mayor parte de su vida en Noruega pero sus padres nacieron en la República Democrática del Congo, lo que le inspiró a construir allí una escuela para niños en situación desfavorecida. Su tío, el Dr. Denis Mukwege, fue reconocido por su labor de ayuda a las víctimas de violencia sexual en conflicto bélico, con el Premio Nobel de la Paz, en 2018.

Por Mushaga Bakenga

La República Democrática del Congo es un país hermoso pero, en ciertos sentidos, es también uno de los países más feos del mundo. Es notablemente rico en minerales, impulsando empresas multimillonarias como Tesla, iPhone y baterías, aunque la guerra y la corrupción obligan a la mayoría de los habitantes a vivir en la pobreza. Nunca han tenido la oportunidad de disfrutar el fruto de nuestra nación, y ello crea un sentido horrible de desesperanza.

Soy una persona afortunada, bendecida con una vida que muchos otros sueñan para sí, pero perfectamente podría haber sido una pesadilla. Ese conocimiento siempre me impulsará a ayudar a los menos afortunados.

La vida actualmente es muy distinta a cuando mi familia y yo fuimos objetivo de grupos terroristas durante la guerra del Congo y tuvimos que correr para salvarnos: dejando atrás colegios, tiendas de campaña, edificios vacíos; todo lo que teníamos.

Aunque la situación era alarmante, cuando echo la vista atrás aquella época no me parece tan desesperada. Estaba con mis padres, tías, tíos y abuelos, todos los cuales nos amaban y protegían. Teníamos acceso a comida que, aunque no era siempre la más nutritiva, mantenía el hambre a raya, y jugábamos al fútbol juntos, aunque el balón fuera una bolsa de plástico atada con una cuerda. Tuve infancia.

No obstante, las cosas podrían haber sido muy diferentes. ¿Qué hubiera pasado si no hubiésemos conseguido salir? ¿Qué hubiera ocurrido si mis padres no hubieran sobrevivido? ¿Qué hubiera pasado si me hubieran dejado como único cuidador de mi hermana menor? Eso hubiera cambiado todo, y no hubiera sido futbolista. En lugar de ello, hubiera afrontado la misma realidad que viven tantos niños que crecen en el Congo.

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La primera vez que pedí consejo a mi abuelo sobre cómo aprovechar mi posición como futbolista para marcar la diferencia, la idea inicial fue construir una academia de fútbol. Pude comprobar cuánto talento sin explotar había en la zona, y cuánta alegría podría aportar el juego a los niños. Sin embargo, no pasó mucho tiempo antes de que la perspectiva decepcionara: mucha gente quería opinar sobre su dirección, y pudimos comprobar su vulnerabilidad ante la corrupción.

Juntos llegamos a la conclusión de que la formación es clave para un mejor inicio en la vida. Hallamos una pequeña población justo en las afueras de donde procede mi familia, que había sido severamente afectada por la guerra y la pobreza, donde muchos niños habían perdido a sus padres y luchaban por sobrevivir. Eran niños de 11 años, sin familia, sin hogar, sin acceso a alimentos, y pese a todo eran responsables no solo de sí mismos, sino también de sus hermanos más pequeños.

Decidimos construir una escuela para el orfanato que había allí, y dar a estos niños un comienzo más justo en la vida: darles una mano para construir, en lugar de condenarles a la mano que les había tratado injustamente y sin una vía de salida. Así es como comenzó el Colegio Namugunga.

Al comienzo construimos aulas, contratamos profesores e informamos que la educación gratuita estaría disponible para quien lo deseara. Cuando aparecieron 300 niños, comprendí que esa iba a ser una iniciativa mucho mayor de lo que había previsto en un principio, y que mi cuenta bancaria no podría cubrir todos los costos. Por lo tanto en lugar de limitar el número de alumnos, lo ampliamos con la demanda, y fundamos una organización denominada ‘The Divided World’ (El mundo dividido), que nos ayudara a captar fondos y a apoyar las necesidades de la escuela.

El gobierno de Noruega ha contribuido a pagar los contenedores que transportan el equipamiento y el mobiliario para el aula, lo que para nosotros es una ayuda enorme, pues significa que los fondos captados pueden destinarse a otra cosa. También hemos conseguido ejercer presión sobre el gobierno del Congo, que ha acordado pagar el 50 por ciento de los salarios de los profesores, lo que de nuevo libera esa parte del presupuesto para poder dedicarlo a cubrir otras necesidades.

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Niños en el Colegio Namugunga, en la RD del Congo
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En la actualidad, hay aproximadamente 1.400 niños en la escuela, y hasta la fecha hemos enviado a casi 90 estudiantes a estudiar con becas universitarias, una oportunidad con la que no podrían haber soñado antes. Trabajamos para establecer programas con instituciones de formación más elevada, y becas para garantizar más plazas para los niños en el futuro.

No solo construimos más aulas, sino todo un ecosistema para que el poblado sea autosuficiente. Mi madre compró algunos terrenos donde plantaron cultivos e incluso construyó una fuente de agua con la que pudieron criarse peces, lo que ha proporcionado no solo alimento, sino trabajo e ingresos para algunos de los adultos. Cada vez que lo visito ha mejorado –ahora tiene incluso una panadería– y es inspirador ver que todo el poblado florece en torno a la escuela.

La pandemia de coronavirus mostró lo mucho que las personas dependían de la escuela. En los tres meses en que tuvo que cerrar, 35 jóvenes se fueron para casarse. La gente necesitaba dinero de sus familias, que o bien venden a sus hijas a un hombre que esperan cuide de ellas, o las jóvenes de tan solo 13 años renuncian a sus sueños de formación para que puedan tenerla sus hermanos. Ello me convenció todavía más a garantizar que esta escuela sea un factor constante en las vidas de quienes dependen de ello.

Todavía queda mucho trabajo por hacer y, por supuesto, el proyecto requerirá actualizarse en los próximos años. Pero lentamente está comenzando a sostenerse de múltiples maneras, lo que nos da libertad para comenzar a prestar atención en el próximo proyecto. Queremos construir otra escuela, así como un albergue para niños: dando a incluso más niños la seguridad de un techo, una cama en la que dormir, y una educación para darles el inicio que merecen tener en el mundo.

Los niños no dan nada por supuesto, y deseo darles el mejor impulso en la vida que me sea posible. Aquí, en Noruega, cada niño que comienza el colegio recibe una mochila por parte del Gobierno. Sin embargo, después de un año ya no lo quieren, y la mayoría están aún en buenas condiciones, por lo que comenzamos a recogerlas para darlas a los niños del Congo, que anteriormente utilizaban bolsas viejas de plástico. Estaban tan agradecidos, que los ojos se les llenaron de lágrimas; están tan orgullosos de sus nuevas mochilas para el colegio. Un gesto tan pequeño por nuestra parte puede significar mucho para quienes lo reciben.

Ser futbolista te da la increíble oportunidad de retribuir. Soy afortunado en la vida, y ello me hace ser mucho más consciente de los que no lo son. Si un niño no ha conocido más que pobreza, eso es todo lo que podrá dar a sus hijos; pero si les das la esperanza de una vida mejor, ellos mismos podrán transmitirla a la próxima generación.