Sobre el autor
Gustav Sandberg Magnusson es un ex futbolista sueco que jugó en el IF Brommapojkarna durante la mayor parte de su carrera. En la temporada 2024 sufrió cinco conmociones cerebrales que le obligaron a retirarse prematuramente. El ex centrocampista defensivo, que ahora trabaja como directivo en su antiguo club, reflexiona sobre sus conmociones cerebrales un año después de su retiro forzado.

Por Gustav Sandberg Magnusson

Sufrí cinco conmociones cerebrales en mi última temporada como futbolista. Resultó ser una cantidad inaceptable en tan poco tiempo y tuve que dejar de jugar. Me he preguntado muchas veces si hubiese podido hacer algo diferente, si hubiese habido alguna forma de evitar esas lesiones. Creo que no tengo una respuesta.

Siempre he tenido un estilo de juego duro. Voy a por todas al cien por cien y supongo que eso me hace más susceptible a una conmoción cerebral que otros. ¿Pero cinco? Tendrías mala suerte si llegaras a esa cifra en una temporada, incluso en rugby o fútbol americano...

Cuando sufrí mi última conmoción cerebral, supe que algo no iba bien. No me sentía bien. Lo único que podía hacer era estar tumbado en una habitación a oscuras. Ni siquiera podía ir al parque con mis hijos.

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Gustav Sandberg Magnusson

En un contexto futbolístico 33 años es bastante edad. Pero como persona y como padre tenía mucho tiempo por delante y quería sentirme sano y en forma el mayor tiempo posible. Cuando tres médicos me aconsejaron que dejara de jugar, fue duro oírlo. Pero me estaban diciendo algo que yo ya sabía: había llegado el momento de colgar las botas. Al final, fue un alivio no tener que tomar esa decisión por mí mismo.

El sindicato de jugadores me ayudó mucho en ese momento de mi vida y se aseguró de que tuviera a alguien con quien hablar; alguien fuera del fútbol y fuera de mi familia. Me ayudó a descargarme y a aceptar la decisión.

Todavía tengo una cicatriz de la primera conmoción cerebral de la temporada pasada. Fue muy fuerte. No recuerdo nada del incidente y sólo cuando volví a ver el vídeo me di cuenta de lo que había pasado y de que había sido un golpe fuerte.

La rehabilitación sirvió de escalera hacia la recuperación. Primero tienes que permanecer tumbado en una habitación oscura hasta que no tengas ningún síntoma. Luego puedes salir a caminar, después puedes practicar con el balón y así sucesivamente. Sólo puedes avanzar cuando estás completamente preparado. Entonces, de repente te encuentras de nuevo en el terreno de juego.

El tiempo de recuperación fue diferente con cada conmoción cerebral. Después de la segunda volví a jugar al cabo de una semana. El único problema fue que a los tres partidos sufrí una tercera conmoción.

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Ahora se acercaban mucho más que antes. A la cuarta conmoción cerebral me asusté. Al igual que con las tres primeras, no recordaba el suceso y tuve que volver a verlo para ver qué había pasado. Sin embargo, a diferencia de las tres primeras, no fue un gran golpe. No parecía que debiera haberme noqueado de la forma en que lo hizo; fue sólo un ligero toque en la cabeza y bastó para que perdiera la memoria. Era como si mi tolerancia hubiera disminuido.

Aunque era consciente de los riesgos de las conmociones cerebrales, en aquel momento no comprendía lo mucho que podían empeorar cuanto más las sufrías. No es que no las sufriera antes, cuando era más joven; es probable que sufriera unas cuantas hasta entonces, pero nunca estuve seguro y por eso no investigué demasiado.

Siempre va a haber algún elemento de peligro cuando se practican deportes de élite. Todo el cuerpo está expuesto a las lesiones y no hay forma de eliminarlas por completo. Aunque no tengo experiencia personal con las nuevas tecnologías, hay cosas que merece la pena probar para ver si podemos mejorar la seguridad de los jugadores. Tenemos que empezar por algún sitio para minimizar los riesgos en la medida de lo posible.

Creo que el concepto de revisión de la conmoción cerebral en 10 minutos es un gran paso, ya que da a los médicos el tiempo que necesitan para evaluar la situación y no correr riesgos. En mi caso, los médicos me obligaron a abandonar el terreno de juego cada vez, y estoy agradecido de que el poder recayera en ellos: fue la decisión correcta.

Nunca debería depender del jugador ni de los entrenadores, porque no se puede ser verdaderamente objetivo en esa situación. Los jugadores quieren ganar partidos y se hace cualquier cosa para conseguirlo, aunque eso signifique continuar cuando no se debe. También es difícil para los futbolistas juzgar con criterio la gravedad de la lesión en ese momento.

Hace un año, si veía una pelota hacia mi cabeza, la cabeceaba sin pensarlo. Era instintivo. Ahora ni se me ocurriría dejar que me tocara la cabeza.

Físicamente ahora estoy bien. Salí en el momento adecuado pero mis experiencias me han dejado huella. Son las pequeñas cosas, como que mi hijo de siete años se suba a mi espalda, lo que me hace apartar inmediatamente la cabeza, como si inconscientemente evitara cualquier posibilidad de que vuelva a ocurrir.

No hay muchos consejos que pueda dar a otros futbolistas que yo seguiría si estuviera en su lugar. No puedo decirles que se relajen en el campo porque eso sería un error. No puedo decirles que cuelguen las botas como yo, porque si hubiera tenido diez años menos, no estoy seguro de que me hubiera atrevido a tomar la misma decisión.

Todo lo que puedo decir es que después del fútbol te queda una larga vida por vivir, así que asegúrate de dejar el fútbol con toda la capacidad para aprovecharla al máximo.